No recuerdo bien la hora ni el sitio exacto, pero no sé borran de mi memoria las canecas y maletines reflectivos que indicaban el cierre de la carretera, junto a los elementos que impedían el paso se ubicaban unos militares, a la vista habían unos cinco apenas, quienes después de escuchar parte de nuestra naciente travesía y nuestro destino concluyeron que el cierre vial no sería obstáculo para nosotros y podríamos pasar sin dificultad.
Así que animosamente nos despedimos de nuestros mimetizados guías y seguimos adelante con el pedaleo, íbamos por la vía que conecta la troncal amazónica con la capital ecuatoriana, debíamos cruzar la cordillera de los Andes para llegar a nuestro destino del día: Tumbaco, una creciente y prospera población cerca na a Quito, dónde esperábamos poder hospedarnos en una "casa de ciclistas"
Nos encaminamos imaginando que tan fuerte era la afectación como para cerrar por completo una vía principal durante meses, éramos los reyes del camino, por esta carretera no pasaban vehículos, ni motos, ni nadie!!! y allí íbamos nosotros, avanzando sin afan, sintiendo el rigor de una pendiente constante que ganaba grados de inclinación repentinamente, respondiendo los saludos de los campesinos que encontrábamos al paso, a veces levantando un brazo u otras con balbuceos que buscaban imitar la expresión local, empapados por la lluvia interminable de la montaña. Pedaleamos hasta que los ánimos, el agua y la ausencia de luz provocaron una fugaz reunión, de la cual la conclusión fue abortar el destino inicial y refugiarnos inmediatamente en un coliseo que nos encontramos en una curva del Reventador.
No paro de llover en toda la noche, recogimos carpa y preparamos un improvisado desayuno mientras aguardabamos que cesara la lluvia, compartimos un poco con el cuidador del coliseo quien nos ofreció una bebida caliente, según el era una mezcla de hierbas símbolo de los buenos deseos para los viajeros. Después de un rato, nos subimos a las bicicletas y tomamos rumbo al destino del día, ahora sí llegaremos a Tumbaco nos propusimos.
Seguimos pedaleando, los paisajes eran hermosos y el silencio relajante. Las fotos no se hacían esperar, eran la excusa perfecta para tomar un respiro e hidratarnos. Cuesta arriba siguieron los pedalazos, de repente nos tuvimos que detener, quedamos atónitos ante el paisaje que teníamos enfrente, literalmente era el fin del camino, la carretera se había convertido en abismo y muy a lo lejos, al otro lado de la montaña, personas que se veían diminutas agitaban los brazos para hacerse visibles. "¿Y aquí que hacemos?" nos preguntamos casi en coro, en otro punto del horizonte observamos diminutos personajes que parecian dar indicaciones, allí los gritos eran inútiles y era necesario adivinar lo que un par de brazos agitándose aleatoriamente significaban.
Entendimos perfecta la indicación, así que nos devolvimos unos metros y tomamos una vía sin pavimentar que parecía nos iba a permitir avanzar. Minutos después nos encontramos con un hombre, acompañado de su hijo, quienes a cambio de unas monedas ayudaban a los transeúntes a superar las dificultades que ofrecía la alternativa al derrumbe. No llevaba dinero de más, así que rehúse la ayuda y seguí adelante junto con mi compañera. Insistentemente padre e hijo ofrecían sus servicios haciendo referencia en que las bicicletas eran muy pesadas y difícilmente llegaríamos al otro lado del derrumbe, me negué hasta que el camino obligó al niño a tomar la bici por atrás y empujar fuerte.
Evito que me cayera en medio de un barrizal tremendo, así que aceptamos la ayuda, el chico me ayudaría a mi y el adulto a mi esposa. Cuesta arriba se puso peor, los pies se enterraban y las bicis se negaban a avanzar, lo peor es que la cima no se veía por ninguna parte y el lodo, las piedras y la tierra suelta hacían el paso casi imposible... Yo paso a paso pensaba: "¿y con que les voy a pagar?".
Miraba hacia atrás y la veía a ella, embarrada, agotada, ayudada por aquel desconocido que afortunadamente habíamos encontrado, seguro no lo hubiésemos logrado sin ayuda. Durante el camino, nos enteramos que la avalancha que destruyó la vía y todo a su paso, había ocurrido hace unos seis meses y que el río seguía llevándose parte del terreno casi que a diario, que habían nacido y desaparecido varias cascadas y que no había remedio para ello, solo evacuar las riveras del río.
Después de la historia, mucho barro, unos cuantos madrazos y bastante sudor, llegamos al otro lado, llegamos a la carretera nuevamente... Estábamos muy cansados, sucios y con hambre. Tumbaco no contaría con nuestra presencia ese día, nuevamente cambiamos el destino y nos propusimos a buscar un buen sitio para descansar, de casualidad llegamos a una humilde casa rural, dónde después de no dar muchas explicaciones, vimos como las puertas se abrían y nos permitirían disfrutar de la hospitalidad que nos ofreció don Gerardo, quien entre atención y atención iba haciendo gala del arte que era autor y nos hacía olvidar un poco el mal rato que nos hizo pasar la conclusión de esos 5 que cuidaban maletines y canecas en el cierre de la vía.
También nos pueden contactar vía WhatsApp al ±573244061107 dónde si no encuentran la información que requieren los podemos guiar en su recorrido.
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